("Soleil Noir. Dépression et mélancolie" Editions Gallimard, 1987. Trad: Rodrigo Gómez M.)
"¿Por qué, oh mi alma, estás triste
y por qué me aproblemas?"
Salmos de David
XLII, 6-12
"La grandeza del hombre es grande
porque se sabe miserable."
Pascal,
Pensamientos(165)
"Quizás lo que se busca a través de
la vida, no es más que esto, el dolor más
grande posible por llegar a ser uno mismo
antes de morir."
Céline,
Viaje al final de la noche.
I
Un contra-depresor:
el psicoanálisis.
Escribir sobre la melancolía no tendría sentido, para aquellos a los que la melancolía devasta, a menos a que lo escrito venga de la melancolía. Intento hablarles de un abismo de tristeza, dolor incomunicable que nos absorbe, y muchas veces de manera duradera, hasta hacernos perder el gusto de toda palabra, de todo acto, el gusto mismo por la vida. Esta desesperanza no es un disgusto, lo que supondría que soy capaz de deseo y de creación , negativos es cierto, pero existentes. En la depresión, aunque mi existencia esté sometida a cambio, su sin sentido ya no es trágico: me parece evidente, claro e ineludible.
¿De donde viene este sol negro? ¿De qué galaxia insensata sus rayos invisibles y pesados me clavan al suelo, a la cama, al mutismo, al renunciamiento?.
El daño que acabo de sufrir, tal fracaso sentimental o profesional, tal pena o tal duelo que afectan mis relaciones con mi familia, son frecuentemente el detonante, fácilmente identificable de mi desesperación. Una traición, una enfermedad fatal, un accidente o percance que me arrancan bruscamente de esta categoría que me parecía normal de personas normales o aquellos que se enfrentan con el mismo efecto radical sobre un ser querido, o aún...¿qué se yo...? La lista es infinita de degracias que nos asedian todos los días... Todo esto me proporciona bruscamente otra vida. Una vida invisible, cargada de penas cotidianas, de lágrimas tragadas o vertidas, de desesperanza incompartida, a veces ardiente, otras incolora y vacía. Una existencia desvitalizada en suma, que, aunque a veces exaltada por el esfuerzo que hago para continuarla, está sujeta a caer en cualquier instante en la muerte. Muerte venganza o muerte liberación, es sin embargo el umbral interno de mi abatimiento, el sentido imposible de esta vida en que el fardo me parece a cada instante insostenible, salvo en los momentos en que me movilizo para encarar el desastre. Vivo una muerte viviente, carne cortada, sangrante, cadaverizada, ritmo lento o suspendido, tiempo suprimido o dilatado, absorbido en la tristeza... Ausente del sentido de los otros, extranjero, casualmente con una alegría ingenua, tengo de mi depresión una lucidez suprema, metafísica. En las fronteras de la vida y de la muerte, tengo a veces el sentimiento orgulloso de ser el testigo del sin sentido del Ser, de revelar lo absurdo de los vínculos y de los seres.
Mi desdicha es el rostro oculto de mi filosofía, su hermana enmudecida. Paralelamente, el "filosofar es aprender a morir" no podría concebirse sin el recogimiento melancólico de la pena o de la animosidad- que culminará en el cuidado de Heidegger y la revelación de nuestro "Ser-para-la-muerte". Sin una disposición a la melancolía, no hay psiquismo, sino sólo pasaje al acto o al juego.
Sin embargo, el poder de los hechos que suscitan mi depresión es comúnmente desproporcionado en relación al desastre en el que bruscamente me sumerjo. Más aún, el desencanto, ya fuese cruel, que sufro aquí y ahora, parece entrar en resonancia, al examinarlo, con los traumas antiguos que he percibido, y a los que no he sabido hacer duelo. Puedo encontrar así antecedentes de mi colapso actual en una pérdida, una muerte o un duelo, de algo o alguien que ayer amé. La desaparición de este ser indispensable continúa privándome de la parte más valiosa de mi mismo: la veo como una herida o privación, para descubrir, no obstante, que mi pesar no es más que el aplazamiento de la animosidad o del deseo de control que alimento por él o por ella, que me ha traicionado o abandonado. Mi depresión me indica que yo no sé perder: ¿quizás no he sabido encontrar una contraparte válida a la pérdida? De esto se sigue que lo perdido conduce a la pérdida de mi ser- y del Ser mismo. El deprimido es un ateo radical y taciturno. (Pp. 9-15).
[...]
Melancolía/depresión
Se llamará melancolía a la sintomatología clínica de inhibición y de asimbolia, que se alberga por momentos o crónicamente en un individuo, en alternancia, frecuentemente, con la fase llamada maniaca de exaltación. Mientras que los dos fenómenos, el de abatimiento y el de exaltación, sean de menor intensidad y frecuencia, entonces se puede hablar de depresión neurótica. Aún reconociendo la diferencia entre melancolía y depresión, la teoría freudiana revela siempre el mismo duelo imposible del objeto materno. Pregunta: ¿imposible a causa del fracaso paterno? ¿o de alguna fragilidad biológica?. La melancolía -reencontramos aún el término genérico luego de haber distinguido las sintomatologías psicótica y neurótica- tiene el gran privilegio de situar la interrogación del analista en la encrucijada de lo biológico y de lo simbólico. ¿Series paralelas?. ¿Secuencias consecutivas?. ¿Cruce azaroso por precisar, o una relación que inventar?
Los dos términos de melancolía y depresión, designan un conjunto que se podría llamar melancólico-depresivo, donde los límites son en realidad borrosos, y en el que la psiquiatría reserva el concepto de "melancolía" a la enfermedad espontánea e irreversible (que no cede más que a la administración de antidepresivos). Sin entrar en detalles sobre los diversos tipos de depresión ("psicótica" o "neurótica", o, según otra clasificación, "ansiosa", "agitada", "moderada", "hostil"), ni en el dominio prometedor, aunque aún impreciso de los efectos exactos de los antidepresivos (IMAO, tricíclicos, heterocíclicos), o de los estabilizadores tímicos (sales de litio), nos situaremos en una perspectiva freudiana. A partir de allí, intentaremos extraer lo que, en el seno del conjunto melancólico-depresivo, aún por borrosos que sean sus límites, revela de una común experiencia de pérdida de objeto, tanto como de una modificación de los vínculos significantes. Estos últimos, en particular el lenguaje, se verán en el conjunto melancólico-depresivo incapaces de asegurar la autoestimulación necesaria para iniciar ciertas respuestas. En lugar de operar como un "sistema de recompensas", el lenguaje hiperactivo, al contrario de la pareja ansiedad-culpa, se insertará en la desaceleración comportamental e ideica característica de la depresión. Tanto la tristeza pasajera o el duelo, por una parte, y el estupor melancólico, por otra, diferentes en lo clínico y en lo nosológico, se basan en una intolerancia a la pérdida del objeto, y en un fracaso del significante por asegurar un resultado compensatorio a los estados de retraimiento, en los que el sujeto se refugia hasta el punto de la inacción, de simular la muerte o, de la muerte misma. De esta forma, se hablará de depresión y de melancolía sin distinguir siempre las particularidades de las dos afecciones, sino teniendo en cuenta su estructura común. (Pp. 18-20).
No hay comentarios:
Publicar un comentario