jueves, 26 de mayo de 2011

DAVID ROSENMANN TAUB (1927)

CLAUDE ZILBERBERG - SEMIOTICA TENSIVA

http://www.claudezilberberg.net/htmls/precishtml/Precis.htm

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PSICOSIS Y SOFISTICA (Antoine Compagnon)

De  Loca verdad (Verdad y verosimilitud del texto psicótico)(Julia Kristeva). Folle verité (Verité et vraisemblence du texte psichotique) Editions du Seuil 1979. Trad.: Martín Caparrós. 1985, Editorial Fundamentos, Madrid, España.


                                                      PSICOSIS Y SOFISTICA

                                                           Antoine Compagnon



[...]

   Partiré ahora de una observación de detalle, frecuentemente subrayada sin embargo: la de la estereotipia del discurso psicótico, en el que flotan, como islotes de sentido, clichés y frases hechas. Sin duda esto corresponde a una fase de la psicosis, en la que, tras el desencadenamiento, se opera una reconstrucción(29).
   Ahora bien, el cliché o el estereotipo representan la gnomé por excelencia, o el endoxos. El psicótico habla por endoxa, en el sentido de las ideas admitidas. Pero, y es aquí donde se inscribe la locura, en lugar de ser consideradas verosímiles, estas ideas son vividas como afirmaciones verdaderas, como premisas  o presunciones necesarias. Kant ya lo sugería cuando escribía que la máxima, en la medida que somete la razón a una ley diferente de la que se propone a sí misma, es lo contrario de la libertad de pensar y equivale a un uso sin ley de la razón(30). Aquel que toma lo verosímil por verdadero, en otros términos, el que toma los endoxa por proposiciones necesarias, no es libre, es actuado, como una fatalidad.
   Esta sería una de las razones por las cuales, como se ha vuelto corriente, se podría asociar psicosis y ciencia: las vías y las elaboraciones serían formalmente análogas ya que ambas, psicosis y ciencia, considerarían sus premisas como afirmaciones necesarias y verdaderas; ambas proscribirían lo verosímil. Dichl de otra manera, sería la propia categoría de lo verosímil, o la del discurso del Otro, si se puede identificarlos, la que sería inexistente, ausente en la psicosis.
   De donde los delirios de influencia o posesión, las alucinaciones auditivas, la transmisión de ideas, como si el psicótico estuviese invadido por ideas flotantes venidas de los otros, admitiéndolas al pie de la letra, sin ningún poder sobre sus entradas o salidas. Estas ideas son depositadas en él por los otros que lo ocupan, que hablan en su nombre y lugar, que lo actúan(31). El psicótico sería el depositario de esas ideas, de esas voces (vox traducirá así la gnomé griega al latín) cuyo respondiente sería para él una autoridad exterior: la opinión común, la élite, el hombre célebre, su madre. El discurso de la madre es el modelo del endoxos impuesto como verdadero. Y esas ideas atarían al psicótico, lo constreñirían, le prohibirían los pensamientos propios, la palabra en primera persona.
   Sea, por ejemplo, el caso del hombre de los sesos frescos, analizado por E. Kris y retomado por J. Lacan: el episodio psicótico, la conversión de un fantasma de plagio o de influencia en un pasaje al acto en la anulación de la transferencia. "Osesión del plagio, y aún del plagiarismo", escribe J.Lacan, que le impide publicar y compromete su carrera de intelectual. "La traba es la compulsión por la cual se siente impilsado a tomar las ideas de los otros"(32). Tras minuciosa encuesta de Kris se revela que no hay nada de eso, que sus libros le pertenecen totalmente; "roba nada"; y J. Lacan comenta:"no es su defensa contra la idea de robar lo que le hace creer que roba. Es el hecho de poder tener una idea propia de lo que no tiene ni la menor idea"(33). Pero el fantasma obsesivo es incitador, apresura, anticipa; es una llamada urgente a la escritura, antes de que sea dichopor quien ya lo sabe, y de hecho el hombre de los sesos frescos había escrito un libro. La intervención de Kris, en lo real, cuando contraría al fantasma y almandato obsesivo, desencadena el pasaje al acto e induce un mandato completamente diferente: la ingestión de sesos, o sea una relación totalmente diferente con el fuera ya no de precedencia y tensión, sino de habitación, de posesión: de confusión entre el dentro y el fuera, sin siquierala posibilidad de destruir el discurso intruso. Esto es lo que, sin contrariar la interpretación obsesiva, designa el episodio psicótico: que ninguna idea sea mía y que ellas me sean sin embargo impuestas, sin que yo pueda remediarlo. No son solamente las palabras las que no me pertenecen, sino todo el discurso, todo lo que podría decir.
   Según un rumor que circula en París, el psicótico no tiene inconsciente. Sin duda es este el corolario de una proposición aún más trillada, un estereotipo admitido y transportado sin chistar (¿quién es pues el psicótico?): el inconsciente esta estructurado como un lenguaje. Precepto cuya universalidad es engañosa: no hay un lenguaje, sino diversas concepciones del lenguaje. El inconsciente está estructurado como un lenguaje: qué significa esto en efecto, sino, por un abuso del lenguaje y sin querer saber nada de las otras concepciones del lenguaje, como un lenguaje en el sentido de Aristóteles y de su sucesión, caracterizado por su incapacidad, su fracaso fatal en decir la verdad del ser, su necesaria aproximación, y cuyo funcionamiento se teoriza a partir del signo y de la significación. El signo y la significación son postulados por Aristóteles como aquello que , pese a la inadecuación fundamental del lenguaje, permite decir y hacerse oir. A propósito del psicótico, sería entonces conveniente precisar -sería más justo y menos tajante- que su inconsciente no está estructurado como un lenguaje, en el sentido de la tradición occidental hasta Aristóteles, es decir un sistema de signos que, al mismo tiempo, separan y unen el logos y el on, la significación y la verdad. Puesto que, para el psicótico, significación y verdad son sólo una, es por esto que su discurso no tiene más significación  -siempre en el sentido aristotélico- sino una necesidad inevitable y fatal que Freud revelaba en la alucinación. Es decir que el psicótico no se resuelve a la minusvalía esencial del lenguaje, o mejor dicho a esta hipótesis aristotélica que en el fondo nada justifica, puesto queel lenguaje, tanto sea adecuado como inadecuado en lo que le conviene a sí mismo. Para el psicótico, toda enunciación es necesaria: es considerada verdadera, no porque su contrario sea falso, sino imposible, impensable en primera persona, inadmisible.  La idea admitida es vivida como necesaria(verdadera) poruq esu contrario sería inadmisible, es decir que no se propondría acompañado de ningún garante exterior.

   Dos breves observaciones:

   1. El psicótico refutaría la cpncepción aristotélica del lenguaje, en la medida en que ésta elabora la hipótesis del signo para describir su supuesta inadecuación. Ahora bien, se habla sin cesar de signos en la psicosis, de las alucinaciones como signos, de una vida bajo el imperio de los signos: conviene aquí tomar el término de signoen una acepción diferente a la de Saussre o de la tradición aristotélica: es la palabra pegada a la cosa, el lenguaje adherente al ser, como tal, perfectamente adecuado. Si el signo, lo verosímil, lo ambiguo es considerado necesario, luego verdadero, unívoco, deja de ser un signo(lo que Aristóteles llama symbolon); o si no, es un signo, en el sentido ya no del symbolon que es mediatidad, sino del semeion similar e inmediato, opuesto al lenguaje como en el fragmento heraclitiano: "el oráculo que está en Delfos no habla, no disimula, significa"(34). Tales son las Grundsprache de Schreber y la mayor parte de las glosolalias: no hablan, "significan", comandan, actúan, puesto que son transparentes e inmediatas.

   2. El psicótico ignora lo verosímil, el símil, el pseudos, la represión. Pero esto no equivale, contrariamente a otro tópico actual, a que diga la verdad. Que lo verosímil sea considerado necesario (imponiéndose y expropiando los pensamientos propio), no significa que sea verdadero por sí mismo, sino que su contrario, como lo he dicho, es inadmisible, imposible, increíble. El concepto de verdad(lógica u ontológica) supone lo verosímil como presupuesto, es decir, el lenguaje despegado del ser. Afirmar la necesidad de lo verosímil (35), identificar lo verosímil con lo verdadero, equivale a no separar el lenguaje del ser, o sea a no situar la carencia que confiere al discurso su poder de significación e introducela posibilidad de la verdad como resolución siempre parcial y efímera de esa carencia. Lo inadmisible es la nada o el vacío que roba el hombre de los sesos frescos, es lo real, mientras que lo verosímil en la neurosis, los endoxa sujetos a rechazo, sería la realidad. Lo verosímil necesario en la psicosis es una paradoja (una contradicción en los términos, pero no se trata de los términos de la psicosis), no soporta afirmación ni negación: es , auténtico, es decir autentificado.

   Sin duda se puede así captar mejor lo que quería decirse en la ausencia de inconsciente en el psicótico: lleno de discursos distintos y desterrado de sus propios pensamientos, el psicótico ignora lo verosímil como tal(por admitir o rechazar), es decir el discurso del Otro. En suma, allí no puede existir Otro, en la medida en la que es El mismo, en la medida en que las ideas ajenas que habitan el sujeto son sus propios pensamientos. Lo que J. Lacan ha traducido como repudio de lo real o del Nombre del Padre es el hecho de que nada de lo real sea circunscrito como  realidad a partir de esta prueba que Freud observaba en la separación del dentro y del fuera por medio del Yo-placer. Que nada de lo real produzca realidad, es decir verosímil como tal (lo cual es admitido por la prueba de realidad porque ésta lo encuentra también fuera), implica que todo real retorne inmediatamente como síntoma, o sea como coalescenciadel lenguaje y el ser, del mismo y el mismo, sin Otro. El síntoma sería de alguna manera lo verosímil necesario hecho acto.
   Pero todas estas descripciones de la constitución de la realidad, tanto la freudiana como la lacaniana, reposan en la hipótesis aristotélica del signo, de la separación del lenguaje y el ser que precisamente refuta el estropicio psicótico. No hay pues nada de sorprendente en que estas descripciones transcriban en negativo: desautorización, repudio, etc. Conviene retornar a las concepciones del lenguaje distintas de la aristotélica, presocráticas o sofistas que,  igual que el psicótico, toman el lenguaje como lo que es, sin prejuzgar acerca de su impotencia y su inadecuación. Así, la verdad tendrá un valor diferente.

NOTAS:
(29) Sobre la distinción de dos momentos en la psicosis (pérdida, luego reconstrucción de la realidad), cf. Freud, "La pérdida de realidad en la neurosis y en la psicosis", O.C:,t.II,p.504.
(30) Kant, Qué es orientarse en el pensamiento, trad. A. Philonenko, París, 1959 (1972), p.87.
(31) Cf. F. Roustang, "Pour une approche théorique de la psychose", Un destin si funest, París, 1976,pp. 175-201.
(32) J. Lacan. "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre 'Verneinung' de Freud, in Escritos 2, trad. T. Segovia, Siglo XXI, México, 1975, p.154.
(33) J. Lacan, "La dirección de la cura", in Escritos 1,trad. T. Segovia, Siglo XXI, México, 1971, p. 232.
(34) Fr. 93, Diels.
(35) El signo psicótico sería no sólo un semeion, sino además un semeion necesario, un tekmerion(cf. n.20).


EL RELATO DEL PSICOTICO (Silla Consoli)

De  Loca verdad (Verdad y verosimilitud del texto psicótico)(Julia Kristeva). Folle verité (Verité et vraisemblence du texte psichotique) Editions du Seuil 1979. Trad.: Martín Caparrós. 1985, Editorial Fundamentos, Madrid, España.


                                                 EL RELATO DEL PSICOTICO

                                                                Silla Consoli

[...]

LOS PRESUPUESTOS DEL DISCURSO DELIRANTE

   El relato del delirante se aproxima en cierta forma a los procedimientos propios de la interpretación en la cura analítica: el sentido que esta última permite reconstituir y reintegrar tiene a menudo las características de la inverosimilitud y del escándalo. La verdad del inconsciente, aquella que es acechada por la represión y que disfraza el síntoma, es una verdad que molesta al confort del buen sentido, de la buena conciencia, de la lógica o la moral. La eficacia de la interpretación está contenida en la calidad del trabajo efectuado para hacer que una verdad semejante sea verosímil para el analizante, y en consecuencia aceptable y utilizable. El esfuerzo del discurso delirante, cuando el psicótico estima que este esfuerzomerece todavía la pena de ser cumplido, consiste en un intento de verosimilización comparable. En el análisis, sin embargo, la verdad sólo aparece al cabo de un laborioso trabajo inductivo, como la hipótesis más plausible (al menos que ella esté incrustada en el discurso del analizante previamente a toda escucha por la violencia de un analista totalmente sometido a su teoría, o incluso a su "delirio" interpretativo): mientras que, en el delirio, la verdad se impone para el narrador en la claridad y la certidumbre del postulado del que habrá que sacar todas las deducciones posibles según las leyes del discurso. 
   La argumentación del delirante apunta raras veces a la convicción inicial, es decir, a los presupuestos lingüísticos  que la enunciación conlleva en la arena de la interlocución al mismo tiempo que lo que plantea: la retórica del paranoico es a ese respecto una ilustración ejemplar, La construcción del discurso apuntará menos a la autenticidad de la persecución que al porqué tiene ella lugar, el cómo se opera, las consecuencias que se desprenden para el perseguido: es allí donde se producirá el intento de narrativizar y de tornar plausible mientras que el postulado seguirá estando fuera de toda modalización posible.
   Este estatuto del postulado es el mismo que el de los presupuestos lingüísticos descritos por Ducrot(13). Lo que puede ser retomado en un diálogo es antes que nada aquello planteado en la enunciación de un locutor: es hacia un tal contenido informativo que pueden apuntarla transformación integrativa o negativa, la duda, el cuestionamiento o la aprobación. Los presupuestos se ven generalmente mantenidos en la réplica de un interlocutor, cuando se trata de un diálogo, o en la prosecución de una enunciación, si  existe mínimamente la intención de dar al discurso coherencia y continuidad.
   Se sabe que los presupuestos tienen un valor iniciador: no solamente tornan posible la prolongación de un diálogo antiguo sino que también fijan el marco de un diálogo nuevo. Si el interlocutor desea proseguir el el diálogo, se ve obligado a tomar a su cargolos presupuestos que le han sido impuestos. Así como el invitado de honor de un potlach está obligado a corresponder por el regalo recibido y a ofrecer todavía más, el interlocutor se obliga a devolver los presupuestos que le han sido propuestos y a decir aún más gracias a lo que su propio deiscurso va a plantear o va a presuponer, sometiéndose así a una ley de informatividad, implícita en todo intercambio discursivo. En caso contrario, si rehusase inscribirse dentro de un tal marco de palabras, su intervención tomaría inevitablemente una tonalidad polémica, agresiva, invalidando el actode enunciación del primer locutor. Refutar los presupuestos del otro es atacar no solamente lo que dice sino ese otro él, es cuestionar su derecho a hablar, es descalificar el conjunto de la argumentación de la cual el otro sería autor.
   Los presupuestos pueden ser de tipo existencial: conciernen por ejemplo la idea de existencia y de unicidad vehiculizada por las descripciones definidas (nombres propios, demostrativos, etc.). Pueden ser también de tipo específicamente lingüísticos: una significación que implique automáticamente otra que le es lógicamente anterior ("Pedro ha dejado de fumar" presupone "Pedro fumaba" y "Pedro sabía que Pablo iba a venir" presupone que "Pablo, efectivamente, ha venido").
   Los presupuestos existenciales han sido considerados a menudo como condiciones de empleo. La validez de lo que es dicho dependería de la existencia efectiva de aquello acerca de lo cual se dice algo: se trata de hecho de una convención lógica. Se puede admitir que es posible decir algo a partir de otra cosa cuyo valor de verdad habría sido dañado. Si yo no tengo coche y declaro: "ya no sé donde he aparcado mi coche" o "quiero vender mi coche", esas proposiciones conservan todo su valor semántico: simplemente el problema de saber si son verdaderas o falsas ya no tiene sentido (a menos que se establezca por convención que la inexistencia de las descripciones definidas acarrea la falsedad de la proposición en su totalidad). Lo mismo podría decirse del valor de "Pedro ha dejado de fumar" si es falso que Pedro fuma.
   Frente al discurso delirante, nos encontramos confrontados a cierto número de presupuestos existenciales o de presupuestos lingüísticos acerca de los cuales tenemos razón para pensar (es aquí que interviene la opinión común, el tercero-testigo, o el discurso del conjunto) que no son verificados o que son "falsos". La evaluación del conjunto del discurso sería aquí imposible, aunque el encadenamiento discursivo pudiese guardar todo su sentido. Aún más, la imposibilidad de la validación de un relato, en la que se encontraría el interlocutor, debería conducirlo más que nunca a ocuparse solamente del sentido inscrito en el propio relato.
   Pero si el interlocutor, sobrepasando el simple nivel de la escucha, quiere entrar en el diálogo que le es propuesto, se ve obligado a una elección muy restrictiva: o acepta los presupuestos del otro como postulados y, al hacerlo, de buena o mala gana, les da su caución y se expone a la posibilidad de que su falsedad pueda ser demostrada; o los cuestiona, pero ataca al mismo tiempo a su autor y al acto de enunciación que los ha producido. Lo cual habla asimismo del riesgo que corre en cada enunciación la palabra del psicótico cuando se interna en el campo de la reconstrucción delirante, a partir del momento en que acepta someterse a la validación de un interlocutor.
   La preocupación de verdad es una ley universal de todo discurso: ley retórica implícita que regula los intercambios de palabra; en efecto es ante todo una preocupación de verosimilitud. Esta preocupación es la del discurso del neurótico. Lo que es necesario, en todos los casos, es que el relato sea reducible, o por lo menos que siga siendo plausible incluso en su inverosimilitud, que pueda parecer verdad y ser intercambiado como tal, sabiendo la posibilidad de que, si el discurso no era verdaderamente verdadero, persista la capacidad que le sería reconocida de gustar o interesar. Si un relato acepta ser verosímil, esto significa que acepta al mismo tiempoel riesgo de ser falso pero porque se apoya en este otro valor (libidinal o estético) que lo preserva de la destrucción y de la muerte.
   Una misma preocupación de verdad recorre muchos de los textos psicóticos. Ciertamente, existen casos en los que el acto de palabrase sitúa más acá y más allá de todo juicio de existencia y de toda prueba de realidad. Se trata entonces de una verdad arcaica, de una palabra que dice lo que es y que pretende ser revelación y profesía para el otro, sin tomar en absoluto en cuenta la adhesión que podría encontrar en aquellos a quienes se dirige ni la autentificación que estos últimos podrían aportarle. Pero es éste, a decir verdad, , un caso límite que no puede deformar el conocimiento del compromiso profundo y entero del psicótico(14) en el juego discursivo y en los azares del diálogo. La preocupación mayor de un tal compromiso es aquí la de un reconocimiento de verdad y no solamente de verosimilitud. Sólo este reconocimiento de verdad puede aportar al relato la validación a la que el psicótico aspira y al locutor el estatuto simbólico que persigue penosamente. Aquí, la duda está excluída (es decir, la verosimilitud como posibilidad de lo falso): ésta arrastraría en efecto a su paso no sólo los enunciados contestables sino también el sujeto de la enunciación que ha asumido su responsabilidad. Que un discurso de psicótico, comprometiéndose en la prueba de verdad, pierda su apuesta, y su valor libidinal no alcanzará ya a asegurarlo contra la destrucción; las consecuencias serán así aniquiladoras para el Sujeto que se habrá investido totalmente en su decir, sin modalización protectora ni distancia enunciativa para preservarlo de la pérdida.
   El psicótico puede vaciarse así en cada acto de palabra, ya que puede estar todo entero dentro de ella o, si se prefiere, esta última puede representar toda la verdad para él en el sentido en que se entiende el hecho de "dar su palabra". El reconocimiento de una tal "verdad" por el otro puede asegurar en recompensa una función de llenado que se dirige más a un registro simbólico que a un registro libidinal. Este último, ya lo hemos dicho, se revela insuficiente para regular solo la economía de un discurso (incluso si ciertos relatos se ven relegados a ello por la fuerza de las cosas). Para que un Sujeto se permita en efecto un placer de pensar o un placer de dar qué pensar, incluiso lo falso o lo imaginario, es necesario que conserve, eventualmente fuera del relato que está elaborando, un mínimo de puntos de referencia identificatorios que aseguren que aseguren su estatuto simbólico y su fijación en la realidad. Es necesario para ello que el citado sujeto pueda apoyarse en un mínimo de enunciados fundamentales que no son más que los enunciados sobre los orígenes y que le permiten decirse, cualquiera sea la autenticidad de lo que enuncian: esto al menos seguirá siendo verdadero- con la solidez de la certidumbre. (Pp. 87-92).

[...]

FICCION Y REALIDAD

   No es siempre fácil separar la historia del acto narrativo que la relata y del relato que la representa, ni la realidad de la ficción o del fantasma. Este último hace intrusión y se incorpora a la realidad, puede devenir tan "verdadero" como aquélla (es por otra parte lo que sucede en el delirio y en la creencia en la omnipotencia mágica del pensamiento en la que el deseo tiene un valor realizativo y el deseo de muerte, por ejemplo, un poder de destrucción real). Tal psicótico, que recorre la imagen con la mano, se separa bruscamente de ella cuando acaba de describir objetos puntiagudos. Tal otro previene su interlocutor contra las bestias salvajes que ha introducido en su relato.
   Pero la intrusión puede producirse en sentido inverso, del universo real al universo de ficción, por incorporación progresiva en el universo del relato de elementos pertenecientes a la situación de interlocución, ya sea por identificación pura y simple de los personajes de la ilustración con personas presentes en la situación de interlocución ("somos Ud. y yo"), ya sea por integración inmediata al relato de todo elemento exterior susceptible de distraer o para citar la narración. Por ejemplo:

          El niñito piensa ante su violín... oye pasos (ruidos de pasos reales provienen del techo de la sala  de exámen)(...), escucha un grito (ruido de agua cayendo, proveniente del piso superior), (...)se ha rascado la mejila derecha (el paciente acaba de hacerlo antes de hablar de ello en su relato), etc.

   Frente a esta fusión entre el narrador y el acto de la narración por un lado, los personajes y la historia contada por otro, los relatos de psicóticos van a introducir narradores o apoyos intermediarios, creando niveles intercalares(15) del relato y una distancia narrativa que reemplaza la modalidad a la que recurren los testigos.

          Creo que es un... niñito, la foto de un niñito, etc...no sé, es un niñito que... que seguramente ha eeh... parece ser una foto vieja, es... un niñito que de que deb/tal vez un virtuoso actualmente etc.

   Tales estratificaciones narrativas en los relatos de psicóticos (la escena real/la representación teatral o cinematográfica llevada a cabo por actores/la fijación en una tela, una foto o una película/el fotógrafo o el camerámen o el pintor/el director/yo que cuento) originarán un cierto número de deslizamientos narrativos que evocan en ciertos pasajes la técnica narrativa de Robbe-Grillet. Ante la pregunta "¿Qué pasó antes?", habrá deslizamientos de la historia de los personajes a la historia del pintor por ejemplo o la del paciente que cuenta.
   Parece que ciertos psicóticos se encuentran en la imposibilidad de imaginar una historia que no haya sucedido realmente o incluso que no estuviese sucediendo mientras se cuenta. El relato de fiffión se uniría entonces a la tentativa de restitución de su sentido histórico o a la recitación ritual de un texto sagrado.

EL ESTATUTO DEL SIGNO

   Se sabe que, en la ficción, el signo crea por sí mismosu propio referente imaginario, escapando por definición a toda verificación posible. Todo ocurriría en algunos de estos relatos como si lo signos tuvieran necesariamente un referente real, definido y preexistente, signos fuertemente referenciados, a falta de un acceso pleno a la dimensión simbólica.
   Hemos subrayado en otro trabajo(16) elaborado a partir de una prueba de asociación verbal, que los esquizofrénicos se distinguen de los otros testigos por el predominio de mecanismos asociativos que juegan con el significante (compulsiones fonológicas y sintagmáticas) o con el referente (asociaciones idiosincrásicas que remiten a elementos autobiográficos precisos) en detrimento de compulsiones a nivel del significado (basadas en la organización semántica del léxico y la combinatoria narrativa del habla), compulsiones que parecen más operativas en los testigos. Estas observaciones plantean la cuestión de la simbolización en tanto que sedimentación de los sucesos históricos ligados al aprendizaje lingüístico y al abandono de un procedimiento de etiquetado de las palabras a las cosas, de naturaleza indicial, en beneficio de la asunción de un sentido poseedor de un valor general y situado en sus analogías y oposiciones con respecto a otros sentidos de la lengua. Un tal proceso de extracción semántica debe ser puesto en relación, a nuetro entender, con la noción de represión primaria en tanto que contemporáneo del acceso al lenguaje: el resto de una operación tal es la "cosa", el objeto primordial englobado en un primer momento en una relación fusional con el objeto, antes que la mediación del lenguaje imponga el sacrificio de dicha relación.
   El discurso del psicótico está, más que ingún otro, vinculado a una tal historicidad. En otros términos, todo en él remite a su propia historia (y a la del otro, la madre, de quien él ha sido parte integrante). De donde también su veracidad, a veces molesta, que ya no puede ser contenida en el marco de un universo de palabras en el que estaría permitido pensar cualquier cosa por el simple placer de pensar.
   Pero el discurso psicótico permanece también sometido a la reglamentación formal del habla, a las relaciones analógicas entre significantes, a las repeticiones, paralelismos y equivalencias de todo tipo, funcionando por su propia cuenta y trabando la libre relación de los contenidos entre ellos. A través de lo que puede a veces parecer un juego de palabras, una aliteración, una repetición servil de la palabra ajena o una alocución integrada en el habla, el psicótico interroga de hecho el tesoro del habla y el cuerpo de sus leyes, que guardarám siempre ante sus ojos un carácter enigmático. La necesidad vital de poder escribir de una vez por todas su propia historia implica la adquisición de un dominio suficiente de los signos del habla para realizar un tal proyecto. La biografía personal y el ordenamiento lingüístico serán depositarios de una verdad que el psicótico perseguirá toda su vida, a lo largo de un abúsqueda mítica. En los instantes en los que tal verdad parecerá más lejana, la reorganización delirante le ofrecerá una conquista misteriosa y alienante. Dotado de un saber sobre él mismo y de un saber sobre el habla, el psicótico no cejará en su empeño de encontrar un interlocutor válido, capaz de oírlo.(Pp.94-98)

NOTAS:
(13) O. Ducrot, Dire et ne pas dire, Hermann, coll."Savoir", 1972. (el desarrollo que sigue retoma algunas ideas importantes del libro).
(14) Un testimonio original de este tipo de compromiso nos ha sido ofrecido por un estudio comparativoentre un grupo de sujetos psicóticos y un grupo de no-psicóticos alrededor de la noción de contradicción. Se pedía al sujeto que eligiese entre varias oraciones aquella que más contradecía una oración de referencia (por ejemplo "pienso que vendrá", teniendo como posibles oraciones contradictorias "pienso que no vendrá", "no pienso que venga" y "estoy seguro que vendrá").
   En lo que respecta a la repartición entre las negaciones concernientes a la principal y las negaciones concernientes a la completiva, cuando las dos posibilidades existían corrientemente en el habla, la preferencia de los psicóticos y las de los testigos se dirigía a las oraciones que negaban la completiva conservando la afirmación de la principal, sin que hubiese al respecto diferencias significativas entre ambos grupos (por ejemplo "pienso que no vendrá" o "te pido que no lo hagas" o "te prometo que no se lo diré").
   Cuando una de las dos variantes (la que negaba la completiva) estaba marcada en el habla, con una significación original y a veces paradójica, esta variante era elegida menos a menudo por los dos grupos, que optaban en su mayoría por la variante más banal, pero la diferencia entre los dos grupos se tornaba significativa, ya que los psicóticos preferían más a menudo que los testigos oraciones del tipo de "tengo la impresión de que no lo he visto", "es necesario que no me vaya", "sé lo que no va a decir", "quiero no actuar", "estoy no escribiendo".
   Todas estas oraciones en las que la afirmación de la proposición principal es conservada (con, en ciertos casos, un valor performático) tienen la particularidad de comprometer mucho más el enunciante en sus enunciados que las variantes inversas: la oposición a la oración de referencia (eventualmente imputada al otro) es más total, tiene un valor más polémico que descriptivo. El cuestionamiento al mismo tiempo que la contradicción pueden referirse al propio acto de enunciación. Desmarcándose mejor de un interlocutor real o imaginario y atestiguando mejor su posición original, una tal palabra corre al mismo tiempo riesgos mucho más vitales.
(15) La diferenciación de niveles semiológicos va a ocupar aquí un lugar importante como la descripción del contenido.
(16) S. Consoli, "Association verbale et schizophrénie",L`Evolution psiquiatrique, nº2,1978.

EL NECROFILO (Gabrielle Wittkop)

Luego de leer este envío de Allouch, no viene mal pasar hacia la ficción de esta depurada novelita "erótico-mortuoria" de Gabrielle Wittkop:

Wittkop-Gabrielle-El-necrofilo

miércoles, 25 de mayo de 2011

JEAN ALLOUCH - EROTICA DEL DUELO EN TIEMPOS DE LA MUERTE SECA

(Érotique du deuil au temps de la mort sèche. 1997, E.P.E.L. Trad.: Silvio Mattoni. 2006, Ediciones Literales, Córdoba, Argentina)

                                                          Erótica del duelo
                                                en tiempos de la muerte seca


                                                          El saber no sabiendo
                                                          es de tan alto poder,
                                                          que los sabios arguyendo
                                                          jamás le pueden vencer;
                                                          que no llega su saber
                                                          a no entender entendiendo,
                                                          toda ciencia trascendiendo.

                                                          San Juan de la Cruz 


                                                         ¡Que te sirva de vela!*



ENVÍO                                         

                                                                        [...] nada podría decirse "seriamente" (o sea para formar una
                                                                        serie límite) sino adquiriendo sentido por el orden cómico.
                                                                                          Jacques Lacan,"L`étourdit",
                                                                                            Scilicet 4, París, Seuil, 1973, p.44.





   Los poetas, una vez más, se habrán anticipado.
   Que el duelo sea llevado a su estatuto de acto. El psicoanálisis tiende a reducir el duelo a un trabajo; pero hay un abismo entre trabajo y subjetivación de una pérdida. El acto es capaz de efectuar en el sujeto una pérdida sin compensación alguna, una pérdida a secas. Después de la Primera Guerra mundial(1), la muerte no espera menos. Ya no vociferamos juntos contra ella; ya no da lugar al encuentro sublime y romántico de los amantes transfigurados por ella. Por cierto. Pero resulta que, dentro de la ausencia de un rito con respecto a ella, su actual salvajismo tiene como contrapartida que la muerte empuje el duelo al acto. A muerte seca, pérdida a secas. En adelante, sólo semejante pérdida a secas, sólo un acto así, logra entregar el muerto, la muerta, a su muerte, a la muerte.
   Kenzaburo Oé (2) caracteriza ese acto(que bien puede, en efecto, requerir cierto trabajo) como "gratuito sacrificio de duelo". El deudo efectúa su pérdida suplementándola con lo que llamaremos un "pequeño trozo de sí"; éste es el objeto propiamente dicho de ese sacrificio de duelo, ese pequeño trozo ni de ti ni de mí, de sí; y por consiguiente, de ti y de mí pero en tanto que tú y yo siguen siendo , en sí, indistintos.
   Erotizado (de otro modo, no se advierte de qué habría una pérdida pura), ese pequeño trozo de sí requiere una "erótica del duelo". Sobre esa puesta, sobre la apuesta fálica ("el pequeño"), la noción de "trabajo de duelo" extendía un velo no púdico, sino oscurantista. Si arrojan ese velo (lo que no es igual que levantarlo), el pudor no perderá nada. Quien quiera que no considere de buen tono ver cómo surge así la cuestión del falo en el seno mismo del espantoso sufrimiento del duelo podrá abandonar aquí mismo este libro...
   "My heart is in the coffin there with Caesar", proclama públicamente el Antonio de Shakespeare(3). La versióm del duelo aquí propuesta se halla entre dos lecturas posibles de esa frase. Lectura uno: "Sufro porque mi corazón está en ese ataúd, no está en su sitio pues me fue arrancado por la muerte", ahí tenemos a quien está de duelo; lectura dos: "Bueno, sí,está allí, y lo abandono en ese sitio que ahora reconozco que le corresponde", ahí tenemos el sacrificio gratuito del duelo, es el final del duelo. Porque un duelo, como un psicoanálisis, en esencia , tiene un final.
   El místico lleva hasta su término extremo el pasaje al acto de ese mismo deseo de abandono; no será cedido solamente el objeto robado, sino el robo mismo, el acto al que responde el duelo; acto por acto. Así lo expresa San Juan de la Cruz(4):

                          ¿Por qué has llegado
                           aqueste corazón, no le sanaste?
                           Y pues me lo has robado
                          ¿por qué así le dejaste
                           y no tomas el robo que robaste?

   Y Shakespeare también. Al descubrir que la muerte de su padre habría vuelto loca a Ofelia, Laertes, Aterrorizado, declara(5):

                           ¡Oh Cielos!,¿es posisible que la cordura de una doncella
                            Sea tan mortal como la vida de un viejo?
                            La naturaleza se afina en el amor, y al afinarse
                            Envía alguna preciosa muestra de sí misma
                            Junto a la cosa que ama.

                            Oh Heavens, is`t possible, a young Maids wits
                            Should be as mortalls as an old man life?
                            Nature is fine in Love,  and where`tis fine
                            It sends some precious instance of it selfe
                            After the thing it loves.

   Denominar "pequeño trozo de sí" a esa precious instance of it selfe debería ayudarnos a expresar su función en el duelo.
   Acerca de que la muerte sea capaz de otorgarle su estatuto de objeto perdido, por el momento sólo ofrecemos como prueba una historieta tanto más ejemplar en la medida en que ocurre entre niños, con la implacable ausencia de piedad observable en determinados acontecimientos de los años de escuela. Sucede en Mexico, donde es sabido por ejemplo que darles ritualmente de comer a los niños sus parientes muertos o su propia cabeza de muerto (ambas cosas hechas de azúcar, con una leyenda identificatoria de la persona en cuestión) no los pone enfermos, ni mucho menos.
   Es el momento del recreo: un niño más grande, más corpulento que otro toma por la fuerza un objeto considerado valioso que el más pequeño detenta. A partir de allí, ¿cómo se presenta el problema para este último? Por cierto que no puede acusarlo, es contrario a la moral de los niños. Pero tampoco puede someterse lisa y llanamente a la ley del más fuerte, aceptar una pérdida que no ha consentido -de otro modo también se "rebajaría" en el sentido de que quedaría "bajoneado"*(6). ¿Y entonces?¿Cuál será su acto?¿Cómo se decidirá?
   Ahora bien, hay una solución mexicana, como prefabricada, y que proviene directamente de la notoria apertura hacia la muerte tan característica de esa región. Así, aquel a quien alguien más fuerte le ha quitado el objeto (elevado a la función de objeto deseable, de agalma, por ese mismo robo), aquel que entonces es violentamente transformado en deseante, en erastés(7), cuando se paseaba tranquilamente como portador del objeto maravilloso, como el eromenós que quizás no sabía que era(8), puede decirle al usurpador:

          -¡Que te sirva de vela!*

   Sobreentendido... (aunque la cosa es tan obvia que no hace falta decirla):

          -¡Que te sirva de vela... para tu entierro!*

   Después que esta ha sido articulada por el débil, el más fuerte no le salta al cuello para estrangularlo ni le da una paliza. Por el contrario, todo sucede como si debido a la formulación de ese anhelo (ya que lo es, en su debida forma de subjuntivo) los dos participantesde ese "intercambio" hubiesen quedado exentos, y exentos aún cuando verdaderamente ha ocurrido un acontecimiento, dado que se ha realizado una modificación, dado que el erastés se ha vuelto eromenós y el eromenós, erastés. A pesar de la violencia del acto sufrido, incluso de la violencia (que no es la misma)de la reacción ante el acto, del reacto, lo esencialsigue siendo que ha habido un fin; luego de la proferición de la réplica, el asunto está cerrado, cada cual puede ir a dedicarse a sus ocupaciones.
   No habría pasado lo mismo si, como en Francia, la respueseta hubiese sido la amenaza: "¡No te lo llevarás al paraíso!" Tanto en Francia como en México, los elementos son los mismos: dos participantes, un solo objeto, un desplazamiento de lugar. Pero mientras que la amenaza francesa lisa y llanamente traslada la disputa hasta la puerta del más allá, contentándose con sugerir que sólo allí podría hallarse, que ese más allá constituiría un límite, aunque sin que sepamos por qué ni cómo, la réplica mexicana en cambio hace del más allá el sitio en donde el problema será efectivamente resuelto; dice cómo y mediante qué cosa está resuelto desde ahora en este mundo.
   ¿Qué producesemejante conclusión? Todavía no estaríamos al tanto del acontecimiento si admitiéramos que el débil formula un voto de muerte con respecto al fuerte, ¡y además la historia no dice si le desea una muerte inmediata o después de haber vivido ochenta años! Poco importa, a decir verdad. Sólo cuenta el hecho de que el objeto intempestivamente sustraído le sirva de vela al que lo toma en el momento en el que va a largar las velas*, es decir, a morir(9).
   En buena lógica, la verdadera conclusión no puede surgir sino de un acto cuyo contenido no resulta muy difícil de precisar, ya que debe ser conforme al acontecimiento que ha ocurrido; por lo tanto, no puede ser sino el acto por el cual el débil le daría al fuerte lo que el fuerte le ha sacado. Y eso es precisamente lo que se realiza con la frase declarativa: se lo cede, pero para su muerte. Sólo esa muerte le otorga su estatuto de don al objeto que ha sido sustraído. Sólo ella lo transformaen un objeto de sacrificio.
   Si la actualidad en occidente está en la donación de órganos, entonces el presente trabajo se sitúa como inactual. Recientemente, en la radio, pudimos oír esta declaración de un especialista, entrevistado luego de la noticia sobre la muerte de un niño aquejado de mucoviscidosis y para el cual no había podido hallarse ningún donante de pulmón:

          Negarse a donar, declaraba Diafoirus ¡es llevarse un tesoro a la tumba!

   Demasiado comprometido con su posición, el médico de servicio mediático olvida todos los objetos que contenían (nada menos que los más preciados) las tumbas faraónicas, las de la antigua China, las de muchas otras regiones y culturas, incluso las más remotas. Por lo tanto, a contrapelo de esa voluntad moderna de recuperación de los tesoros que se llevaría la muerte, diremos: hay un duelo cuando quien está en duelo, lejos de recibir algo del muerto(10), lejos de extraer alguna cosa del muerto, suplementa la pérdida sufrida con otra pérdida, la de uno de sus tesoros.
   Así le corresponde hoy al análisis, si es ciertoque con Lacan supo delimitar el alcance subjetivamente del "objeto petit a" como objeto radicalmente perdido, elevar lo real de una economía técnica de intercambio, y en contra de esa misma economía, a la dignidad de lo macabro.

          Considerad lo que se oculta en las narices, en la garganta, en el vientre: suciedades por todas partes. Nosotros a quienes repugna incluso tocar con el dedo el vómito o el estiércol, ¿cómo podemos desear estrecharen nuestros brazos el saco mismo de excrementos?

   Odon de Cluny, en el siglo XI(11), destaca lo macabro para disuadir del comercio sexual, empleando la necrofilia contra el deseo(12). Sin embargo, la cosa se invierte, y es sabido que las épocas macabras fueron dichosas, ricas en goces de la vida entre aquellos mismos que cultivan lo macabro. Por otra parte, basta con leer esas líneas para advertir que lo macabro, como el análisis, aísla el objeto petit a. Al igual que este otro texto(13), donde el poeta se preocupa por indicar que la podredumbre que invade el cadáver no proviene de la tierra donde es sepultado, de los gusanos que la habitan, sino del mismo cuerpo, que la lleva consigo desde su nacimiento:

          No es más que todo suciedad
          Muerte, esputos y porquerías
          Fétida hedionda y corrompida.
          Ten cuidado con las obras naturales...
          Verás que cada uno lleva
          Hedionda materia producida
          Fuera del cuerpo continuamente.

          N`est que toute ordure
          Mor, crachats et pourritures
          Fiente puantet corrompue.
          Prens garde ès oeuvres naturelles...
          Tu verras que chascun conduit
          Puante matière produit
          Hors du corps continuellement.

   Que este libro pueda restablecer lo macabro en su función de suscitación del deseo en quien está vivo.(Pp. 7-15).

NOTAS:

* En español en el original [T.].
(1) El mismo momento en que Freud escribe "Duelo y melancolía". La publicación en 1992 de un texto como la novela filosófica de Pierre Bergounioux L`orphelin (París, Gallimard) muestraque apenas hoy se está empezando a ponderar la amplitud de los daños, y en especial el quiebre que esa universalización de la guerra introdujo en la muerte y en la paternidad.
(2) Cf. más abajo, "Estudio c". Reina una fantasía bastante grande en la transliteración del nombre de este autor en francés: Kenzaburo Oé (Gallimard), Kenzaburo Oe (Stock), Kenzaburô Oe (Le Monde), Ôe Kenzaburô (ed. Labor & Ph. Picquier). Optamos por esta última solución que expresa claramete a qué sistema se remite "el sistema Hepburn, donde e se pronuncia é y donde el acento circunflejo indica una vocal larga) [lo que no seguimos en la traducción debido a que el nombre del autor se ha conocido en español con la primera de las formas aquí enumeradas(T.)]; no obstante, no adoptaremos el uso japonés de colocar el patronímico delante del nombre de pila, ya que trasladado a Francia suena poco natural.
(3) William Shakespeare, Julio César, III,2, 105.
(4) San Juan de la Cruz, Poetas místicos españoles, México, UNAM, 1942, p.106.
(5) William Shakespeare, "Hamlet", en Tragedias, Trad. cast. de José María Valverde, Barcelona, Planeta, 1994, versos 156 a 160,p.173 [Aunque la traducción citada en castellano sea en prosa, la segmentamos en versos para que pueda cotejarse mejor con el original].
* Traducimos así el doble sentido del término cafard ("soplón, acusador") y en la frase avoir le cafard ("tener ideas negras" o en Argentina, "estar bajoneado"). Cabe añadir que cafard significa también "cucaracha".[T.]
(6) Lacan señalaba, para nosotros con mucha razón, que lo que suele llamarse depresión sobreviene después de que un sujeto ha retrocedido frente a un acto al que no podía... decidirse.
(7) Hay en este punto más de una analogía con el duelo. También quien está de duelo es en primer lugar un deseante que no quiere serlo.
(8) Agalma, erastés y eromenós forman una batería de términosque actúan en El Banquete de Platón. Lacan los estudia en su seminario Le transfert dans sa disparité subjective, sa prétendue situation, ses excursions techniques (boletín Stécriture).
* En español en el original[T.]
* En español en el original[T.]
(9) En este punto incide un posible juego de palabras, puesto que vela es también "vigilia"[veille] y que "no darle a uno vela en un entierro" quiere decir que ese uno (el uno), entanto que muerto, ya no tiene voz ni voto. En la misma línea, tenemos también velorio, la acción de velar (que produce un equívoco, ya que el equívoco se reactiva con velorio, toma del velo) y velatorio, la vigilia fúnebre.
(10) Es lo que verdaderamente estaría en juego en las disputas por la herencia, e incluso en los problemas de transmisión. Las muertes de Freud y de Lacan no le plantean al analista la cuestión sobre lo que recibe de Freud y de Lacan, lo incitan a determinar lo que va a poner de sí en sus tumbas para que ellos sean los muertos que son y él a su vez sea, por esto , el seguidor que es.
(11) Citado por Philippe Ariès, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus, 1983,p.99.
(12) ¡No hay una palabra sobre la necrofilia en "Duelo y melancolía"!
(13) También citado por Ph. Ariès,op.cit.,p.107.

  
                                                                                                                           

¿Qué es la Psicología? Georges Canguilhem

 (Aquí les dejo el texto tan bien ponderado por Allouch y por Lacan , según se menciona en el texto de Allouch  que está en la entrada anterior. )




        ¿Qué es la Psicología?

          Georges Canguilhem

 

La pregunta "¿Qué es la Psicología?" parece más perturbadora para el psicólogo de lo que es para el filósofo la pregunta "¿Qué es la Filosofía?". Porque para la filosofía, la pregunta por su sentido y por su esencia la constituye, mucho más de lo que la define, una respuesta a esta cuestión. El hecho de que la pregunta resurja incesantemente, por falta de una respuesta satisfactoria, es, para quien querría poder llamarse filósofo, una razón de humildad y no una causa de humillación. Pero para la Psicología, la pregunta por su esencia o, más modestamente, por su concepto, cuestiona también la existencia misma del psicólogo, en la medida en que al no poder responder exactamente sobre lo que es, se le hace muy difícil poder responder por lo que hace. Sólo puede, entonces, buscar en una eficacia siempre discutible la justificación de su importancia como especialista, importancia de la cual él no se lamentaría en absoluto, pero que en el filósofo generaría un complejo de inferioridad.
Al decir que la eficacia del psicólogo es discutible, no se quiere decir que sea ilusoria; simplemente se desea destacar que esta eficacia está sin duda mal fundada, en tanto no hay pruebas de que ella se deba a la aplicación correcta de una ciencia; es decir, en tanto que el estatuto de la Psicología no está determinado de tal manera que se la deba tener por algo más y mejor que un empirismo compuesto, literalmente codificado para los fines de la enseñanza. En efecto, de numerosos trabajos se tiene la impresión de que mezclan a una filosofía sin rigor, una ética sin exigencia y una medicina sin control. Filosofía sin rigor, porque es ecléctica bajo el pretexto de la objetividad; ética sin exigencia, porque asocian experiencias etológicas en sí mismas sin crítica; la del confesor, la del educador, la del jefe, la del juez, etc., y medicina sin control, ya que de las tres clases de enfermedades más ininteligibles y menos curables, las enfermedades de la piel, las enfermedades de los nervios y las enfermedades mentales, el estudio y el tratamiento de las dos últimas ha proporcionado desde siempre a la Psicología observaciones e hipótesis.
Por lo tanto, parece que al preguntar "¿Qué es la Psicología?", uno se plantea una pregunta que no es ni impertinente ni fútil.
Durante largo tiempo se ha buscado la unidad característica del concepto de una ciencia en relación a su objeto. El objeto dictaría el método utilizado para el estudio de sus propiedades. Pero esto era, en el fondo, limitar la ciencia a la investigación de un dato, a la exploración de un campo. Cuando se hizo evidente que toda ciencia produce más o menos su dato y se apropia, por este hecho, de lo que se denomina su campo, el concepto de una ciencia fue dando progresivamente más cuenta de su método que de su objeto. O más exactamente, la expresión "objeto de la ciencia" adquirió un nuevo sentido. El objeto de la ciencia ya no es solamente el campo específico de los problemas, de los obstáculos a resolver, es también la intención y el alcance del sujeto de la ciencia, es el proyecto específico el que constituye como tal una conciencia teórica.
A la pregunta "¿Qué es la Psicología?" se puede responder poniendo de relieve la unidad de su campo, a pesar de la multiplicidad de proyectos metodológicos. A este tipo pertenece la brillante respuesta dada por el profesor Daniel Lagache en 1947, a una pregunta planteada, en 1936, por Edouard Claparède . La unidad de la Psicología es buscada aquí en su definición posible como teoría general de la conducta, síntesis de la psicología experimental, de la psicología clínica, del psicoanálisis, de la psicología social y de la etnología.
Sin embargo, si se observa con cuidado, se puede decir que quizás esta unidad se asemeja más a un pacto de coexistencia pacífica concertado entre profesionales que a una esencia lógica, obtenida por la revelación de una constante en una variedad de casos. De las dos tendencias entre las cuales el profesor Lagache busca un acuerdo sólido: la naturalista (psicología experimental) y la humanista (psicología clínica), se tiene la impresión de que la segunda parece tener un mayor peso. Esto es lo que explica, sin duda, la ausencia de la psicología animal en esta exposición de las partes del litigio. Ciertamente, es evidente que ella está incluida en la psicología experimental -que es en gran medida una psicología de los animales-, pero lo está como material sobre el cual aplicar el método. Y, en efecto, una psicología sólo puede llamarse experimental en razón de su método y no en razón de su objeto. Mientras que, pese a las apariencias, es por el objeto más que por el método, que una psicología es llamada clínica, psicoanalítica, social, etnológica. Todos estos adjetivos son indicativos de un solo y mismo objeto de estudio: el hombre, ser locuaz o taciturno, ser sociable o insociable. En consecuencia, ¿se puede hablar rigurosamente de una teoría general de la conducta, en tanto no se ha resuelto el problema de saber si hay continuidad o ruptura entre el lenguaje humano y el lenguaje animal, entre la sociedad humana y la sociedad animal? Es posible que, al respecto, no le corresponde a la filosofía decidir, sino a la ciencias; en realidad a varias ciencias, incluida la psicología.
Pero entonces, la psicología no puede, para definirse, prejuzgar sobre aquello a lo cual debe juzgar. Sin lo cal es inevitable que, al proponerse ella misma como teoría general de la conducta, haga suya cierta idea del hombre. Es necesario entonces permitir que la filosofía pregunte a la psicología de dónde saca esta idea, y si no será en el fondo de alguna filosofía.
Nosotros, porque no somos psicólogos, querríamos tratar de abordar la pregunta fundamental planteada desde una vía opuesta, es decir, investigar si es o no la unidad de un proyecto lo que podría conferir su unidad eventual a las diferentes clases de disciplinas llamadas psicológicas. Pero nuestro método de investigación exige un retroceso. Buscar en cuál de los campos se superponen puede hacerse mediante su investigación separada y su comparación en la actualidad (una decena de años en el caso del profesor Lagache). Averiguar si los proyectos convergen exige que se extraiga el sentido de cada uno de ellos, no cuando éste se pierda en el automatismo de la ejecución, sino cuando surja de la situación que lo suscita. Buscar una respuesta a la pregunta "¿Qué es la Psicología?" implica -para nosotros- la obligación de esbozar una historia de la psicología, pero por supuesto, considerada solamente en sus orientaciones, en relación con la historia de la filosofía y de las ciencias, una historia necesariamente teleológica, puesto que está destinada a trasladar hasta la pregunta formulada, el supuesto sentido originario de las diversas disciplinas, métodos o proyectos, cuya disparidad actual legitima esta pregunta.
I.                   LA PSICOLOGÍA COMO CIENCIA NATURAL
Mientras que psicología significa etimológicamente “ciencia del alma”, es notable que una psicología independiente esté ausente, en las ideas y en los hechos, de los sistemas filosóficos de la antigüedad, donde, sin embargo, la “psyche”, el alma, es considerada como un ser natural. Los estudios relativos al alma se encuentran allí repartidos entre la metafísica, la lógica y la física. El tratado aristotélico Del alma es en realidad un tratado de biología general, uno de los escritos consagrados a la física. Después de Aristóteles, y según la tradición de la Escuela, los cursos de filosofía de comienzos del siglo XVII tratan todavía del alma dentro de un capítulo de la Física . El objeto de la física es el cuerpo natural y organizado que tiene la vida en potencia; por lo tanto la física trata del alma como forma del cuerpo viviente, y no como sustancia separada de la materia. Desde ese punto de vista, un estudio de los órganos del conocimiento, es decir, de los sentidos externos (los cinco sentidos usuales) y de los sentidos internos (sentido común, fantasía, memoria) no difieren en nada del estudio de los órganos de la respiración o de la digestión. El alma es un objeto natural de estudio, una forma dentro de las jerarquías de las formas, aún cuando su función esencial es el conocimiento de las formas. La ciencia del alma es una provincia de la fisiología, en su sentido original y universal de teoría de la naturaleza.
A esta antigua concepción se remonta, sin ruptura, un aspecto de la psicología moderna: la psicofisiología -considerada durante largo tiempo como psiconeurología exclusivamente (pero en la actualidad, además, como psicoendocrinología)- y la psicopatología como disciplina médica. En este sentido, no parece superfluo recordar que, antes de las dos revoluciones que permitieron el desarrollo de la fisiología moderna, la de Harvey y la de Lavoisier, una revolución de no menor importancia que la teoría de la circulación o de la respiración fue protagonizada por Galeno cuando estableció clínica y experimentalmente -después de los médicos de la Escuela de Alejandría, Herófilo y Erasístrato, contra la doctrina aristotélica y conforme a las anticipaciones de Alcmeón, de Hipócrates y de Platón-, que es el cerebro, y no el corazón, el órgano de la sensación y del movimiento y la sede del alma. Galeno, crea verdaderamente una filiación ininterrumpida de descubrimientos, neumatología empírica durante siglos, cuya pieza fundamental es la teoría de los espíritus animales, destronada y reemplazada a fines del Siglo XVIII por la electroneurología. Aunque decididamente pluralista en su concepción de las relaciones entre funciones y órganos encefálicos, Gall procede directamente de Galeno y domina, pese a sus extravagancias, todas las investigaciones sobre localizaciones cerebrales, durante los primeros sesenta años del siglo XIX, hasta Broca inclusiva.
En síntesis, como psicofisiología y psicopatología, la psicología actual se remonta siempre al Siglo II.

II.                LA PSICOLOGÍA COMO CIENCIA DE LA SUBJETIVIDAD

La declinación de la física aristotélica, en el siglo XVII, marca el fin de la psicología como para-física, como ciencia de un objeto natural y, correlativamente, el nacimiento de la Psicología como ciencia de la subjetividad.
Los verdaderos responsables del advenimiento de la psicología moderna, como ciencia del sujeto pensante, son los físicos mecanicistas del siglo XVIII .
Si la realidad del mundo ya no es confundida con el contenido de la percepción, si la realidad es obtenida y planteada por reducción de las ilusiones de la experiencia sensible habitual, la pérdida cualitativa de esta experiencia compromete, por el hecho de ser posible como falsificación de lo real, la responsabilidad propia del espíritu, es decir, del sujeto de la experiencia, en tanto que él no se identifica con la razón matematicista y mecanicista, instrumento de la verdad y medida de la realidad.
Pero esta responsabilidad es, a los ojos del físico, una culpabilidad. La Psicología se constituye entonces, como un intento de disculpa del espíritu. Su proyecto es el de una ciencia que, frente a la física, explica por qué el espíritu está, por naturaleza, obligado a engañar, desde el inicio, a la razón respecto a la realidad. La psicología se vuelve física del sentido externo para dar cuenta de los contrasentidos de los que la física mecanicista culpa al ejercicio de los sentidos en la función del conocimiento.

A.-  La física del sentido externo

La Psicología, ciencia de la subjetividad, comienza por lo tanto como psicofísica por dos razones. En primer lugar, porque no puede ser menos que una física para ser considerada seriamente por los físicos. En segundo lugar, porque ella debe buscar en una naturaleza, es decir, en la estructura del cuerpo humano, la razón de la existencia de los residuos irreales de la experiencia humana.
Pero esto no significa, sin embargo, un retorno a la concepción antigua de una ciencia del alma, rama de la física. La nueva física es un cálculo. La Psicología tiende a imitarla. Tratará de determinar constantes cuantitativas de la sensación y las relaciones entre esas constantes.
Descartes y Malebranche son aquí las figuras más relevantes. En las Reglas para la dirección del espíritu (XII), Descartes propone la reducción de las diferencias cualitativas entre los datos sensoriales a una diferencia de figuras geométricas. Se trata aquí de los datos sensoriales en tanto son, en el sentido exacto del término, las informaciones de un cuerpo por otros cuerpos. Lo que es informado por los sentidos externos es un sentido interno, “la fantasía que no es otra cosa que un cuerpo real y figurado”. En la regla XIV, Descartes trata expresamente lo que Kant llamará la magnitud intensiva de las sensaciones (Crítica de la Razón Pura, Analítica trascendental, anticipación de la percepción): las comparaciones entre luces, sonidos, etc. no pueden ser convertidas en relaciones exactas más que por analogía con la extensión del cuerpo figurado. Si se agrega que Descartes, si bien no es, propiamente hablando, el inventor del término y del concepto de reflejo, afirmó, sin embargo, la constancia de la relación entre la excitación y la reacción, se ve que una psicología, entendida como física matemática del sentido externo, comienza con él para culminar en Fechner, gracias a la ayuda de fisiologistas como Hermann Helmholtz, y a pesar y contra las reservas kantianas, criticadas a su vez por Herbart.
Esta variedad de la Psicología es extendida por Wundt a las dimensiones de una psicología experimental, sostenida en sus trabajos por la esperanza de hacer aparecer, en las leyes de los “hechos de conciencia”, un determinismo analítico del mismo tipo que aquél que en la mecánica y en la física otorgan, a toda ciencia, su validez universal.
Fechner muere en 1887, dos años antes de la aparición de la tesis de Bergson Ensayos sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889). Wundt muere en 1920, luego de haber formado numerosos discípulos de los cuales algunos están todavía vivos, y no sin haber asistido a los primeros ataques de los psicólogos de la forma contra la física analítica, a la vez experimental y matemática, del sentido externo, de acuerdo a las observaciones de Ehrenfels sobre las cualidades de la forma (Ueber Gestalt qualitaten, 1890) observaciones emparentadas ellas mismas con los análisis de Bergson sobre las totalidades percibidas como formas orgánicas que dominan a sus supuestas partes (Ensayo, Cap. II). 
B.- La ciencia del sentido interno
Pero la ciencia de la subjetividad no se reduce a la elaboración de una física del sentido externo, se propone y se presenta como la ciencia de la conciencia de sí o la ciencia del sentido interno.
Del siglo XVIII data el término Psicología, que tiene el sentido de ciencia del Yo (Wolff). Toda la historia de esta psicología puede escribirse como una historia de contrasentidos, de los que las Meditaciones de Descartes fueron la ocasión, sin por eso tener la responsabilidad de ello.
Cuando Descartes, al comienzo de la Meditación III, considera su “Interior” para intentar volverse más conocido y más familiar a sí mismo, esta consideración apunta al Pensamiento. El interior cartesiano, conciencia del “Ego cogito”, es el conocimiento directo que el alma tiene de sí misma, en tanto que entendimiento puro. Las Meditaciones son llamadas por Descartes metafísicas porque pretenden alcanzar directamente la naturaleza y la esencia del “Yo pienso” en la aprehensión inmediata de su existencia. La meditación cartesiana no es una confidencia personal. La reflexión que da al conocimiento del Yo el rigor y la impersonalidad de las matemáticas no es esa observación de sí que los espiritualistas, al comienzo del siglo XIX, no temieron hacer patrocinar por Sócrates a fin de que Pierre-Paul Royer-Collard pudiese dar a Napoleón I la seguridad de que el Conócete, el Cogito y la Introspección proporcionan al trono y al altar su fundamento inexpugnable.
El interior cartesiano no tiene nada en común con el sentido interno de los aristotélicos “que concibe sus objetos interiormente y dentro de la cabeza” , y del que se ha visto que Descartes lo considera como un aspecto del cuerpo (Regla XIII). Es por esto que Descartes dice que el alma se conoce directamente y más fácilmente que el cuerpo. Esta es una afirmación de la cual ignora, demasiado a menudo, la intención polémica explícita, porque, según los aristotélicos, el alma no se conoce directamente. “El conocimiento del alma no es directo, sino solamente mediante la reflexión. Pues el alma es semejante al ojo que ve todo pero no puede verse a sí mismo más que por reflejo como en un espejo… y el alma, igualmente no se ve y no se conoce más que por reflejo y por reconocimiento de sus efectos” .
Tesis que provoca la indignación de Descartes, cuando Gassendi la retoma en sus objeciones contra la Meditación III, y a la cual él responde “No es el ojo quien se ve a sí mismo, ni el espejo, sino el espíritu el único que conoce al espejo, al ojo y a sí mismo”.
Pero esta réplica decisiva no pone término a este argumento escolástico. Maine de Biran lo vuelve una vez más contra Descartes en la Memoria sobre la descomposición del pensamiento. A. Comte lo invocacontra la posibilidad de la introspección, es decir, contra este método de conocimiento de sí que Pierre-Paul Royer-Collard toma de Reid para hacer la Psicología la propedéutica científica de la metafísica, justificando por vía experimental las tesis tradicionales del sustancialismo espiritualista . El propio Cournot, en su sagacidad, no desdeña retomar el argumento para apoyar la idea de que la observación psicológica concierne más a la conducta del otro que al Yo del observador, que la psicología se entronca más con la sabiduría que con la ciencia y que “es propio de la naturaleza de los hechos psicológicos el manifestarse en aforismos más bien que en teoremas”
Es que se ha desconocido la enseñanza de Descartes al constituir contra él a la vez una psicología empírica como historia natural del Yo ¾de Locke a Ribot, a través de Condillac, los ideólogos franceses y los utilitaristas ingleses¾ y al constituir según él (eso es lo que se creía) una psicología racional fundada en la intuición de un Yo sustancial.
Kant conserva todavía hoy la gloria de haber establecido que si Wolf pudo bautizar sus recién nacidos post-cartesianos (Psicología Empírica, 1732; Psicología Racional, 1734), no por ello logró fundar sus pretensiones de legitimidad. Kant muestra que, por una parte, el sentido interno fenoménico sólo es un forma de la intuición empírica, que tiende a confundirse con el tiempo; que, por otra parte, el Yo, sujeto de todo juicio de apercepción, es una función de organización de la experiencia, pero no podría allí haber ciencia puesto que es la condición trascendental de toda ciencia. Los Primeros Principios Metafísicos de la Ciencia de la Naturaleza (1786) cuestionan a la Psicología el alcance de una ciencia, ya sea a imagen de las matemáticas o de la física. No hay psicología matemática posible, en el sentido en que existe una física matemática. Aún si se aplica a las modificaciones del sentido interno, en virtud de la anticipación de la percepción relativa a las magnitudes intensas, las matemáticas del continuo, no se obtendría nada más importante que lo que sería una geometría limitada al estudio de las propiedades de la línea recta. Tampoco hay una psicología experimental en el sentido en que la química se constituye por el uso del análisis y la síntesis. No podemos, ni sobre nosotros mismos ni sobre otro, entregarnos a experiencias. Y la observación interna altera su objeto. Querer sorprenderse a sí mismo en la observación de sí conduciría a la alienación. Por lo tanto, la Psicología no puede ser más que descriptiva. Su verdadero lugar está en una Antropología, como propedéutica para una teoría de la habilidad y de la prudencia, coronada por una teoría de la sabiduría.
C.- La ciencia del sentido íntimo
Si se llama Psicología clásica a aquella que se pretende refutar, es preciso señalar que en Psicología hay siempre clásicos para alguien. Los ideólogos, herederos de los sensualistas, pueden considerar como clásica la psicología escocesa que sólo predica como ellos un método inductivo para afirmar mejor, en contra de ellos, la substancialidad del espíritu. Pero la psicología atomística y analítica de los sensualistas y de los ideólogos, antes de ser rechazada como psicología clásica por los teóricos de la psicología de la Gestalt, era ya considerada como tal por un psicólogo romántico como Maine de Biran. Para él, la psicología se convierte en la técnica del Diario íntimo y la ciencia del sentido íntimo. La soledad de Descartes era la ascesis de un matemático. La soledad de Maine de Biran es la ociosidad de un subprefecto. El Yo pienso cartesiano funda el pensamiento en sí. El Yo quiero biraniano funda la conciencia para sí, contra la exterioridad. En el aislamiento de su escritorio Maine de Biran descubre que el análisis psicológico no consiste en simplificar sino en complicar, que el hecho psíquico primitivo no es un elemento sino ya una relación, que esta relación es vivida con esfuerzo. Arriba a dos conclusiones inesperadas para un hombre cuyas funciones son de autoridad, es decir de mando: la conciencia requiere del conflicto de un poder y de una resistencia; el hombre no es, como lo pensara De Bonald, una inteligencia secundada por órganos sino una organización viviente secundada por una inteligencia. Al alma le es necesario estar encarnada y por lo tanto no hay Psicología sin Biología. La observación de sí no dispensa del recurso a la fisiología del movimiento voluntario, ni a la patología de la afectividad. La situación de Maine de Biran es única, entre los dos Royer-Collard. Èl dialogó con el doctrinario y ha sido juzgado por el psiquiatra. Tenemos de Maine de Biran Un paseo con M. Royer-Collard en el jardín de Luxemburgo, y tenemos de Antoine-Athanase Royer-Collard, hermano menor del anterior, un Examen de la doctrina de Maine de Biran . Si Maine de Biran no hubiese leído y discutido a Cabanis (Relaciones de lo físico y de lo moral del hombre, 1798), si no hubiese leído y discutido con Bichat (Indagaciones sobre la Vida y la Muerte, 1800), la historia de la psicología patológica lo ignoraría. Pero no puede hacerlo. El segundo Royer-Collard es, después de Pinel y con Esquirol, uno de los fundadores de la escuela francesa de psiquiatría.
Pinel había abogado por la idea de que los alienados son a la vez enfermos como los otros, ni poseídos ni criminales, y diferentes de los otros, es decir que debían ser atendidos separadamente de los otros y separadamente según los casos, dentro de los servicios hospitalarios especializados. Pinel fundó la medicina mental como disciplina independiente a partir del aislamiento terapéutico de los alienados en Bicêtre y en Salpetrière. Royer-Collard imita a Pinel en la Maison Nationale de Charenton, de la que llega a ser Médico Jefe en 1805, el mismo año en que esquirol defiende su tesis de medicina sobre Las pasiones consideradas como causas, síntomas y medios curativos de la alienación mental. En 1816, Royer- Collard es nombrado profesor de Medicina Legal en la Facultad de Medicina de París y luego, en 1821, primer titular de la cátedra de Medicina Mental. Royer-Collard y Esquirol tuvieron como alumno a Calmeil, quien estudió la parálisis en los alienados, a Bayle, quien reconoció y aisló la parálisis en general, y a Felix Voisin quien creó el estudio del atraso mental en los niños. Y es en la Salpetrière donde, después de Pinel, Esquirol, Lelut, Baillarger y Falret entre otros, Charcot llegó a ser, en 1862, jefe de un servicio cuyos trabajos serán seguidos por Théodule Ribot, Pierre Janet, el cardenal Mercier y Sigmund Freud.
Hemos visto cómo la psicopatología comenzaba positivamente con Galeno; la vemos culminar con Freud, creador en 1896 del término psicoanálisis. La psicopatología no se ha desarrollado sin relación con las otras disciplinas psicológicas. Debido a las investigaciones de de Biran obliga a la Filosofía a preguntarse, desde hace más de un siglo, de cuál de los dos Royer-Collard debe tomar la idea que es necesario hacerse de la Psicología. Así la psicopatología es a la vez juez y parte en el debate ininterrumpido, del cual la metafísica ha legado la dirección a la Psicología, sin por otra parte renunciar a decir allí su palabra sobre las relaciones entre lo físico y lo psíquico. Esta relación ha sido formulada durante largo tiempo como somato-psíquica antes de llegar a ser psicosomática. Esta reversión, por otra parte, es la misma que se operó en la significación dada a lo inconsciente. Si se piensa que lo psíquico puede ser inconsciente, la psicología no se reduce a la ciencia de la conciencia. Lo psíquico no es solamente lo que es ocultado, sino lo que se oculta; lo que se oculta no es solamente lo íntimo, sino también -según un término tomado por Bossuet a los místicos- lo abisal. La psicología ya no es solamente la ciencia de la intimidad, sino la ciencia de las profundidades del alma.

III.             LA PSICOLOGIA COMO CIENCIA DE LAS REACCIONES Y DEL COMPORTAMIENTO

Al proponer definir al hombre como organización viviente secundada por una inteligencia, Maine de Biran indicaba con anticipación ¾mejor parece que Gall, para el cual, según Lelut, “el hombre ya no es una inteligencia sino una voluntad secundada por órganos” ¾ el terreno sobre el cual iba a constituirse, en el siglo XIX, una nueva Psicología. Pero, al mismo tiempo, le asignaba sus límites, puesto que, en su Antropología situaba la vida humana entre la vida animal y la vida espiritual.
El siglo XIX ve constituirse -junto con la Psicología como patología nerviosa y mental, como física del sentido externo, como ciencia del sentido interno y del sentido íntimo-, una biología de la conducta humana. Creemos que las razones de este acontecimiento son las siguientes.  Primeramente, razones científicas, a saber: la constitución de una Biología como teoría general de las relaciones entre los organismos y los medios, y que marca el fin de la creencia en la existencia de un reino humano separado; luego, razones técnicas y económicas, a saber: el desarrollo de un régimen industrial que orienta la atención hacia el carácter industrioso de la especie humana, que marca el fin de la creencia en la dignidad del pensamiento especulativo; finalmente, razones políticas que se resumen en el fin de la creencia en los valores de privilegio social y en la difusión del igualitarismo: la conscripción y la instrucción pública se convierten en asunto de Estado, la reivindicación de la igualdad ante los cargos militares y las funciones civiles (a cada uno según su trabajo, o sus obras o sus méritos) es el fundamento real, aunque a menudo desapercibido, de un fenómeno propio de las sociedades modernas: la práctica generalizada del peritaje en sentido amplio, como determinación de la competencia y descubrimiento de la simulación.
Ahora bien, lo que caracteriza, según nosotros, a esta psicología de los comportamientos, con relación a otro tipo de estudios psicológicos, es su incapacidad constitucional para captar y exhibir con claridad su proyecto instaurador. Si entre los proyectos instauradores de algunos tipos de psicología anteriores, algunos podían ser considerados como contrasentidos filosóficos, aquí, por el contrario, al ser rechazada toda relación con una teoría filosófica, se plantea la pregunta de dónde puede extraer su sentido una determinada investigación psicológica. Al aceptar convertirse, según el modelo de la Biología, en una ciencia objetiva de las aptitudes, de las reacciones y del comportamiento, esta psicología y estos psicólogos olvidan totalmente situar su comportamiento específico en relación a las circunstancias históricas y a los medios sociales en los cuales son llevados a proponer sus métodos o técnicas, y a hacer aceptar sus servicios.
Al bosquejar la psicología del psicólogo en el siglo XIX, Nietzsche escribe: “Nosotros, psicólogos del futuro…., consideramos casi como un signo de degeneración al instrumento que desea conocerse a sí mismo, somos los instrumentos del conocimiento, y desearíamos tener toda la ingenuidad y la precisión de un instrumento, por lo tanto, no debemos analizarnos nosotros mismos, no debemos conocernos” ¡Asombroso y muy revelador malentendido! El psicólogo sólo desea ser un instrumento sin tratar de saber de quién o de qué es el instrumento. Nietzsche parecía mejor inspirado cuando, al comienzo de la Genealogía de la moral, se interesó por el enigma que representaban los psicólogos ingleses, es decir, los utilitaristas, preocupados por la génesis de los sentimientos morales. Se preguntaba entonces por lo que había impulsado a los psicólogos en dirección al cinismo, a la explicación de las conductas humanas por el interés, por la utilidad y por el olvido de estas motivaciones fundamentales. ¡Y he aquí que ante la conducta de los psicólogos del siglo XIX, Nieztsche renuncia a todo cinismo por prevención, es decir, a toda lucidez!.