EL RELATO DEL PSICOTICO
Silla Consoli
[...]
LOS PRESUPUESTOS DEL DISCURSO DELIRANTE
El relato del delirante se aproxima en cierta forma a los procedimientos propios de la interpretación en la cura analítica: el sentido que esta última permite reconstituir y reintegrar tiene a menudo las características de la inverosimilitud y del escándalo. La verdad del inconsciente, aquella que es acechada por la represión y que disfraza el síntoma, es una verdad que molesta al confort del buen sentido, de la buena conciencia, de la lógica o la moral. La eficacia de la interpretación está contenida en la calidad del trabajo efectuado para hacer que una verdad semejante sea verosímil para el analizante, y en consecuencia aceptable y utilizable. El esfuerzo del discurso delirante, cuando el psicótico estima que este esfuerzomerece todavía la pena de ser cumplido, consiste en un intento de verosimilización comparable. En el análisis, sin embargo, la verdad sólo aparece al cabo de un laborioso trabajo inductivo, como la hipótesis más plausible (al menos que ella esté incrustada en el discurso del analizante previamente a toda escucha por la violencia de un analista totalmente sometido a su teoría, o incluso a su "delirio" interpretativo): mientras que, en el delirio, la verdad se impone para el narrador en la claridad y la certidumbre del postulado del que habrá que sacar todas las deducciones posibles según las leyes del discurso.
La argumentación del delirante apunta raras veces a la convicción inicial, es decir, a los presupuestos lingüísticos que la enunciación conlleva en la arena de la interlocución al mismo tiempo que lo que plantea: la retórica del paranoico es a ese respecto una ilustración ejemplar, La construcción del discurso apuntará menos a la autenticidad de la persecución que al porqué tiene ella lugar, el cómo se opera, las consecuencias que se desprenden para el perseguido: es allí donde se producirá el intento de narrativizar y de tornar plausible mientras que el postulado seguirá estando fuera de toda modalización posible.
Este estatuto del postulado es el mismo que el de los presupuestos lingüísticos descritos por Ducrot(13). Lo que puede ser retomado en un diálogo es antes que nada aquello planteado en la enunciación de un locutor: es hacia un tal contenido informativo que pueden apuntarla transformación integrativa o negativa, la duda, el cuestionamiento o la aprobación. Los presupuestos se ven generalmente mantenidos en la réplica de un interlocutor, cuando se trata de un diálogo, o en la prosecución de una enunciación, si existe mínimamente la intención de dar al discurso coherencia y continuidad.
Se sabe que los presupuestos tienen un valor iniciador: no solamente tornan posible la prolongación de un diálogo antiguo sino que también fijan el marco de un diálogo nuevo. Si el interlocutor desea proseguir el el diálogo, se ve obligado a tomar a su cargolos presupuestos que le han sido impuestos. Así como el invitado de honor de un potlach está obligado a corresponder por el regalo recibido y a ofrecer todavía más, el interlocutor se obliga a devolver los presupuestos que le han sido propuestos y a decir aún más gracias a lo que su propio deiscurso va a plantear o va a presuponer, sometiéndose así a una ley de informatividad, implícita en todo intercambio discursivo. En caso contrario, si rehusase inscribirse dentro de un tal marco de palabras, su intervención tomaría inevitablemente una tonalidad polémica, agresiva, invalidando el actode enunciación del primer locutor. Refutar los presupuestos del otro es atacar no solamente lo que dice sino ese otro él, es cuestionar su derecho a hablar, es descalificar el conjunto de la argumentación de la cual el otro sería autor.
Los presupuestos pueden ser de tipo existencial: conciernen por ejemplo la idea de existencia y de unicidad vehiculizada por las descripciones definidas (nombres propios, demostrativos, etc.). Pueden ser también de tipo específicamente lingüísticos: una significación que implique automáticamente otra que le es lógicamente anterior ("Pedro ha dejado de fumar" presupone "Pedro fumaba" y "Pedro sabía que Pablo iba a venir" presupone que "Pablo, efectivamente, ha venido").
Los presupuestos existenciales han sido considerados a menudo como condiciones de empleo. La validez de lo que es dicho dependería de la existencia efectiva de aquello acerca de lo cual se dice algo: se trata de hecho de una convención lógica. Se puede admitir que es posible decir algo a partir de otra cosa cuyo valor de verdad habría sido dañado. Si yo no tengo coche y declaro: "ya no sé donde he aparcado mi coche" o "quiero vender mi coche", esas proposiciones conservan todo su valor semántico: simplemente el problema de saber si son verdaderas o falsas ya no tiene sentido (a menos que se establezca por convención que la inexistencia de las descripciones definidas acarrea la falsedad de la proposición en su totalidad). Lo mismo podría decirse del valor de "Pedro ha dejado de fumar" si es falso que Pedro fuma.
Frente al discurso delirante, nos encontramos confrontados a cierto número de presupuestos existenciales o de presupuestos lingüísticos acerca de los cuales tenemos razón para pensar (es aquí que interviene la opinión común, el tercero-testigo, o el discurso del conjunto) que no son verificados o que son "falsos". La evaluación del conjunto del discurso sería aquí imposible, aunque el encadenamiento discursivo pudiese guardar todo su sentido. Aún más, la imposibilidad de la validación de un relato, en la que se encontraría el interlocutor, debería conducirlo más que nunca a ocuparse solamente del sentido inscrito en el propio relato.
Pero si el interlocutor, sobrepasando el simple nivel de la escucha, quiere entrar en el diálogo que le es propuesto, se ve obligado a una elección muy restrictiva: o acepta los presupuestos del otro como postulados y, al hacerlo, de buena o mala gana, les da su caución y se expone a la posibilidad de que su falsedad pueda ser demostrada; o los cuestiona, pero ataca al mismo tiempo a su autor y al acto de enunciación que los ha producido. Lo cual habla asimismo del riesgo que corre en cada enunciación la palabra del psicótico cuando se interna en el campo de la reconstrucción delirante, a partir del momento en que acepta someterse a la validación de un interlocutor.
La preocupación de verdad es una ley universal de todo discurso: ley retórica implícita que regula los intercambios de palabra; en efecto es ante todo una preocupación de verosimilitud. Esta preocupación es la del discurso del neurótico. Lo que es necesario, en todos los casos, es que el relato sea reducible, o por lo menos que siga siendo plausible incluso en su inverosimilitud, que pueda parecer verdad y ser intercambiado como tal, sabiendo la posibilidad de que, si el discurso no era verdaderamente verdadero, persista la capacidad que le sería reconocida de gustar o interesar. Si un relato acepta ser verosímil, esto significa que acepta al mismo tiempoel riesgo de ser falso pero porque se apoya en este otro valor (libidinal o estético) que lo preserva de la destrucción y de la muerte.
Una misma preocupación de verdad recorre muchos de los textos psicóticos. Ciertamente, existen casos en los que el acto de palabrase sitúa más acá y más allá de todo juicio de existencia y de toda prueba de realidad. Se trata entonces de una verdad arcaica, de una palabra que dice lo que es y que pretende ser revelación y profesía para el otro, sin tomar en absoluto en cuenta la adhesión que podría encontrar en aquellos a quienes se dirige ni la autentificación que estos últimos podrían aportarle. Pero es éste, a decir verdad, , un caso límite que no puede deformar el conocimiento del compromiso profundo y entero del psicótico(14) en el juego discursivo y en los azares del diálogo. La preocupación mayor de un tal compromiso es aquí la de un reconocimiento de verdad y no solamente de verosimilitud. Sólo este reconocimiento de verdad puede aportar al relato la validación a la que el psicótico aspira y al locutor el estatuto simbólico que persigue penosamente. Aquí, la duda está excluída (es decir, la verosimilitud como posibilidad de lo falso): ésta arrastraría en efecto a su paso no sólo los enunciados contestables sino también el sujeto de la enunciación que ha asumido su responsabilidad. Que un discurso de psicótico, comprometiéndose en la prueba de verdad, pierda su apuesta, y su valor libidinal no alcanzará ya a asegurarlo contra la destrucción; las consecuencias serán así aniquiladoras para el Sujeto que se habrá investido totalmente en su decir, sin modalización protectora ni distancia enunciativa para preservarlo de la pérdida.
El psicótico puede vaciarse así en cada acto de palabra, ya que puede estar todo entero dentro de ella o, si se prefiere, esta última puede representar toda la verdad para él en el sentido en que se entiende el hecho de "dar su palabra". El reconocimiento de una tal "verdad" por el otro puede asegurar en recompensa una función de llenado que se dirige más a un registro simbólico que a un registro libidinal. Este último, ya lo hemos dicho, se revela insuficiente para regular solo la economía de un discurso (incluso si ciertos relatos se ven relegados a ello por la fuerza de las cosas). Para que un Sujeto se permita en efecto un placer de pensar o un placer de dar qué pensar, incluiso lo falso o lo imaginario, es necesario que conserve, eventualmente fuera del relato que está elaborando, un mínimo de puntos de referencia identificatorios que aseguren que aseguren su estatuto simbólico y su fijación en la realidad. Es necesario para ello que el citado sujeto pueda apoyarse en un mínimo de enunciados fundamentales que no son más que los enunciados sobre los orígenes y que le permiten decirse, cualquiera sea la autenticidad de lo que enuncian: esto al menos seguirá siendo verdadero- con la solidez de la certidumbre. (Pp. 87-92).
[...]
FICCION Y REALIDAD
No es siempre fácil separar la historia del acto narrativo que la relata y del relato que la representa, ni la realidad de la ficción o del fantasma. Este último hace intrusión y se incorpora a la realidad, puede devenir tan "verdadero" como aquélla (es por otra parte lo que sucede en el delirio y en la creencia en la omnipotencia mágica del pensamiento en la que el deseo tiene un valor realizativo y el deseo de muerte, por ejemplo, un poder de destrucción real). Tal psicótico, que recorre la imagen con la mano, se separa bruscamente de ella cuando acaba de describir objetos puntiagudos. Tal otro previene su interlocutor contra las bestias salvajes que ha introducido en su relato.
Pero la intrusión puede producirse en sentido inverso, del universo real al universo de ficción, por incorporación progresiva en el universo del relato de elementos pertenecientes a la situación de interlocución, ya sea por identificación pura y simple de los personajes de la ilustración con personas presentes en la situación de interlocución ("somos Ud. y yo"), ya sea por integración inmediata al relato de todo elemento exterior susceptible de distraer o para citar la narración. Por ejemplo:
El niñito piensa ante su violín... oye pasos (ruidos de pasos reales provienen del techo de la sala de exámen)(...), escucha un grito (ruido de agua cayendo, proveniente del piso superior), (...)se ha rascado la mejila derecha (el paciente acaba de hacerlo antes de hablar de ello en su relato), etc.
Frente a esta fusión entre el narrador y el acto de la narración por un lado, los personajes y la historia contada por otro, los relatos de psicóticos van a introducir narradores o apoyos intermediarios, creando niveles intercalares(15) del relato y una distancia narrativa que reemplaza la modalidad a la que recurren los testigos.
Creo que es un... niñito, la foto de un niñito, etc...no sé, es un niñito que... que seguramente ha eeh... parece ser una foto vieja, es... un niñito que de que deb/tal vez un virtuoso actualmente etc.
Tales estratificaciones narrativas en los relatos de psicóticos (la escena real/la representación teatral o cinematográfica llevada a cabo por actores/la fijación en una tela, una foto o una película/el fotógrafo o el camerámen o el pintor/el director/yo que cuento) originarán un cierto número de deslizamientos narrativos que evocan en ciertos pasajes la técnica narrativa de Robbe-Grillet. Ante la pregunta "¿Qué pasó antes?", habrá deslizamientos de la historia de los personajes a la historia del pintor por ejemplo o la del paciente que cuenta.
Parece que ciertos psicóticos se encuentran en la imposibilidad de imaginar una historia que no haya sucedido realmente o incluso que no estuviese sucediendo mientras se cuenta. El relato de fiffión se uniría entonces a la tentativa de restitución de su sentido histórico o a la recitación ritual de un texto sagrado.
EL ESTATUTO DEL SIGNO
Se sabe que, en la ficción, el signo crea por sí mismosu propio referente imaginario, escapando por definición a toda verificación posible. Todo ocurriría en algunos de estos relatos como si lo signos tuvieran necesariamente un referente real, definido y preexistente, signos fuertemente referenciados, a falta de un acceso pleno a la dimensión simbólica.
Hemos subrayado en otro trabajo(16) elaborado a partir de una prueba de asociación verbal, que los esquizofrénicos se distinguen de los otros testigos por el predominio de mecanismos asociativos que juegan con el significante (compulsiones fonológicas y sintagmáticas) o con el referente (asociaciones idiosincrásicas que remiten a elementos autobiográficos precisos) en detrimento de compulsiones a nivel del significado (basadas en la organización semántica del léxico y la combinatoria narrativa del habla), compulsiones que parecen más operativas en los testigos. Estas observaciones plantean la cuestión de la simbolización en tanto que sedimentación de los sucesos históricos ligados al aprendizaje lingüístico y al abandono de un procedimiento de etiquetado de las palabras a las cosas, de naturaleza indicial, en beneficio de la asunción de un sentido poseedor de un valor general y situado en sus analogías y oposiciones con respecto a otros sentidos de la lengua. Un tal proceso de extracción semántica debe ser puesto en relación, a nuetro entender, con la noción de represión primaria en tanto que contemporáneo del acceso al lenguaje: el resto de una operación tal es la "cosa", el objeto primordial englobado en un primer momento en una relación fusional con el objeto, antes que la mediación del lenguaje imponga el sacrificio de dicha relación.
El discurso del psicótico está, más que ingún otro, vinculado a una tal historicidad. En otros términos, todo en él remite a su propia historia (y a la del otro, la madre, de quien él ha sido parte integrante). De donde también su veracidad, a veces molesta, que ya no puede ser contenida en el marco de un universo de palabras en el que estaría permitido pensar cualquier cosa por el simple placer de pensar.
Pero el discurso psicótico permanece también sometido a la reglamentación formal del habla, a las relaciones analógicas entre significantes, a las repeticiones, paralelismos y equivalencias de todo tipo, funcionando por su propia cuenta y trabando la libre relación de los contenidos entre ellos. A través de lo que puede a veces parecer un juego de palabras, una aliteración, una repetición servil de la palabra ajena o una alocución integrada en el habla, el psicótico interroga de hecho el tesoro del habla y el cuerpo de sus leyes, que guardarám siempre ante sus ojos un carácter enigmático. La necesidad vital de poder escribir de una vez por todas su propia historia implica la adquisición de un dominio suficiente de los signos del habla para realizar un tal proyecto. La biografía personal y el ordenamiento lingüístico serán depositarios de una verdad que el psicótico perseguirá toda su vida, a lo largo de un abúsqueda mítica. En los instantes en los que tal verdad parecerá más lejana, la reorganización delirante le ofrecerá una conquista misteriosa y alienante. Dotado de un saber sobre él mismo y de un saber sobre el habla, el psicótico no cejará en su empeño de encontrar un interlocutor válido, capaz de oírlo.(Pp.94-98)
NOTAS:
(13) O. Ducrot, Dire et ne pas dire, Hermann, coll."Savoir", 1972. (el desarrollo que sigue retoma algunas ideas importantes del libro).
(14) Un testimonio original de este tipo de compromiso nos ha sido ofrecido por un estudio comparativoentre un grupo de sujetos psicóticos y un grupo de no-psicóticos alrededor de la noción de contradicción. Se pedía al sujeto que eligiese entre varias oraciones aquella que más contradecía una oración de referencia (por ejemplo "pienso que vendrá", teniendo como posibles oraciones contradictorias "pienso que no vendrá", "no pienso que venga" y "estoy seguro que vendrá").
En lo que respecta a la repartición entre las negaciones concernientes a la principal y las negaciones concernientes a la completiva, cuando las dos posibilidades existían corrientemente en el habla, la preferencia de los psicóticos y las de los testigos se dirigía a las oraciones que negaban la completiva conservando la afirmación de la principal, sin que hubiese al respecto diferencias significativas entre ambos grupos (por ejemplo "pienso que no vendrá" o "te pido que no lo hagas" o "te prometo que no se lo diré").
Cuando una de las dos variantes (la que negaba la completiva) estaba marcada en el habla, con una significación original y a veces paradójica, esta variante era elegida menos a menudo por los dos grupos, que optaban en su mayoría por la variante más banal, pero la diferencia entre los dos grupos se tornaba significativa, ya que los psicóticos preferían más a menudo que los testigos oraciones del tipo de "tengo la impresión de que no lo he visto", "es necesario que no me vaya", "sé lo que no va a decir", "quiero no actuar", "estoy no escribiendo".
Todas estas oraciones en las que la afirmación de la proposición principal es conservada (con, en ciertos casos, un valor performático) tienen la particularidad de comprometer mucho más el enunciante en sus enunciados que las variantes inversas: la oposición a la oración de referencia (eventualmente imputada al otro) es más total, tiene un valor más polémico que descriptivo. El cuestionamiento al mismo tiempo que la contradicción pueden referirse al propio acto de enunciación. Desmarcándose mejor de un interlocutor real o imaginario y atestiguando mejor su posición original, una tal palabra corre al mismo tiempo riesgos mucho más vitales.
(15) La diferenciación de niveles semiológicos va a ocupar aquí un lugar importante como la descripción del contenido.
(16) S. Consoli, "Association verbale et schizophrénie",L`Evolution psiquiatrique, nº2,1978.
No hay comentarios:
Publicar un comentario